marzo 10, 2025

Juan José Rueda-CBN.- “…Pero doña Marcia, ¿qué es lo que hace para que este lugar esté así lleno de gente?”, dice Jorge a su interlocutora, al observar la fila de mesas que se encuentra junto a su puesto de chontaduros. Ella, pelando uno de sus frutos, logra responder: “Ay Jorgito, ¿no ve que lo que hay es puro sabor?” seguido de una ligera carcajada. Jorge, quien la frecuenta desde casi 10 años, pide un chontaduro sin pelar que le encomendaron y se despide sonriente de doña Marcia y sus dos hijas que la acompañan en el puesto instalado en la Plazoleta Central de la Universidad Javeriana.

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Foto de Juan José Rueda

Los demás comensales empiezan a dejar sus maletas en un rincón mientras se acomodan en la mesa contigua al puesto de doña Marcia para compartir el almuerzo traído de casa, o comprado en la cafetería o terminar de degustar alguno de los productos de la vendedor. Y el espacio no alcanza, pues traen otras mesas desocupadas que estén cerca, hasta formar una fila que puede llegar hasta las siete mesas de longitud. “La otra vez estuvieron aquí por ahí unas 30 personas, eso se llenó de gente”, cuenta doña Marcia, quien tampoco se explica del todo cómo es que se agranda ese ‘parche’ de estudiantes, profesores y empleados de la Institución (ni siquiera el rector se libra de ello).

Nadie sabe qué es lo espectacular que tienen los frutos de doña Marcia, pero cada vez que alguien pide una porción de mango viche, guayaba, grosellas o chontaduros en sus versiones con miel, con sal, con lechera, poderoso, sin pelar, o “con novia incluida”, se vuelve inevitable quedar atrapado en ese puesto. La calidez de las palabras de doña Marcia y de sus acompañantes llegan a tal punto que al comensal no le queda más opción que sentarse a comer en alguna mesa que se pondrá al lado del lugar de la señora de los chontaduros, junto a los otros que alguna vez cayeron en el mismo hechizo. De todo eso, nadie sabe con certeza qué los atrae, pero una cosa sí es cierta, la historia de cómo doña Marcia llegó a ese lugar da para oírla de una sola sentada.

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Foto de Juan José Rueda.

Desde 1989, Marcideny Paz Obando –todavía no le decían Doña Marcia en ese entonces– empezó a vender sus chontaduros en Cali, con su tradicional platón en la cabeza y los pregones característicos de su oficio, y a pie. Y desde entonces, en esos 26 años, ha realizado recorridos que iban desde el centro hasta el Barrio Obrero, desde Los Álamos hasta Chipichape, desde Tequendama hasta Holguines, y luego, hasta la Universidad Javeriana. A estas alturas, se puede decir que los pies de Marcia han recorrido buena parte de la ciudad. Cada día era un reto duro.

Marcia vive en el barrio El Retiro, junto a su hijo y sus tres hijas, y cada día de labor un señor la recoge hasta donde empieza sus recorridos o a conseguir sus productos, en El Parque del Chontaduro, donde obtiene su materia prima que más tarde prepararía con su técnica de cocido especial que les da su característico sabor. Ya cuando tiene la mercancía lista es cuando sale a su oficio cotidiano, que podría durar fácilmente hasta altas horas de la noche.

Durante la última década, Doña Marcia –ahora sí le decían Doña Marcia– ha hallado un punto de trabajo al frente de la Javeriana, cosa entendible después de enfrentarse a la subida de la Cañasgordas, claro. Allí empezó a toparse de seguido con los estudiantes, profesores y administrativos de la institución (más de un rector no se pudo resistir a sus chontaduros), cosa por la que se vio atraída a frecuentar ese punto de venta y de encuentro, casi que a diario. Y así conoció a Jorge, que a estas alturas se le podría considerar como el primero en caer en el hechizo de Doña Marcia, quien siguió frecuentándola y apoyándola, incluso cuando ella terminaba encontrándose con la policía, que más de una vez la desalojó del sitio. No fue sino hasta un día en que ocurrió un intento (exagerado) de desalojo en el que el ESMAD estuvo implicado, por allá en octubre de 2014, momento en que el rector de la universidad decidió evitar tal exageración y prestarle un apoyo institucional especial, para que pudiera vender sus productos dentro de la universidad.

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Foto de Juan José Rueda.

Desde entonces, Doña Marcia y sus dos hijas han vendido sus productos al lado de la Cafetería Central de la institución, con su renovado puesto de madera de título «las Negritas del sabor», cercano a unas mesas de madera movibles, que por alguna razón siempre terminan haciendo fila al lado del famoso punto de venta, repletas de estudiantes, profesores, administrativos (y una que otra vez al rector mismo) que no solían conocerse entre sí anteriormente, pero que terminan siendo reunidos por algún motivo tan desconocido como familiar.

Al final, lo único que podría uno inferir es que lo que mantiene a esa gran mesa unida es la contagiosa alegría y la calidez que maneja Doña Marcia cada día en su puesto de chontaduros, tratando a todos sus comensales como parte de una misma familia. O quizás haya más de uno que sigue esperando que el chontaduro «con novia incluida» termine de surtir efecto.