marzo 10, 2025

Casi de 12 a 12 es la jornada de Rosmary Daza. / Foto Juan José Rueda.

Juan José Rueda. Tomás, un perro de ascendencia dálmata, se despierta todos los días cuando percibe la presencia de Rosmery preparando el desayuno, y, entre paciente e inquieto, espera al paseo que su dueña le dirige antes de llegar el mediodía, sabiendo, de alguna manera, que más tarde ella se irá a realizar su labor como taxista en Cali.

Casi de 12 a 12 es la jornada de Rosmary Daza. / Foto Juan José Rueda.
Casi de 12 a 12 es la jornada de Rosmary Daza en su taxi por las calles de Cali. / Foto Juan José Rueda.

Rosmery Daza, caleña de 46 años y taxista desde hace cuatro, sale de su hogar después del almuerzo, con dirección al parqueadero del centro comercial Chipichape, lugar que se ha vuelto su punto de encuentro con colegas y potenciales clientes. En un principio era raro ver a más de dos mujeres dentro del gremio, pero hoy en día ya ha entablado amistades con muchas más mujeres taxistas, cuando parquea su Spark amarillo en la fila de taxis de Chipichape, mientras espera su turno para llevar a alguno de los tantos pasajeros del centro comercial.

Y cuando no es Chipichape donde encuentra a sus clientes, es por El Peñón, la Avenida Sexta, Granada, y Menga. Y cuando los destinos no son barrios como Acacias, La Hacienda, Calima, Vipasa, o Caney; lo son Palmira, el Aeropuerto, Buga, Tuluá, o incluso Pereira.

La experiencia de Rosemary la ha llevado a considerar su oficio como «un trabajo de alto riesgo», así como «un buen trabajo», por la cantidad y diversidad de personas y de anécdotas que ha escuchado de ellas, o que ha presenciado en su mismo vehículo.

«Ya uno empieza a ser como psicólogo… Aquí ha llegado gente con problemas con el novio o la novia, parejas del mismo sexo, el extranjero al que le recomiendo dónde quedarse o gente que me ha puesto en persecusiones», dice Rosemary, recordando algunas de las tantas anécdotas que ha presenciado. «Ya uno empieza a tener como un ‘algo’ que uno empieza a ver en la gente».

Quizá lo más importante de las experiencias es lo que uno aprende de ellas, y Rosmery parece tenerlo muy en cuenta. «Quizá sí se ve un poco de la discriminación por ser uno taxista… Siempre se encuentra uno tanto con el formal como con el patán. Todos merecemos respeto, pero como que al final, todo es bien, ¿no?»

Aparte de su trabajo, Rosmery cuenta que de lo que más disfruta es de un buen sancocho valluno, aprovechar los descansos del pico y placa, o pasear los fines de semana al Kilómetro 30 o al vecino municipio de Ginebra, tierra de origen del afamado sancocho que lleva su nombre; compartiendo con los seres queridos por los que vive: su madre y sus dos hijos (o tres, contando a Tomás).